jueves, junio 09, 2011

 

El Templo de las Cinco Concubinas


Vista general del Templo de las Cinco Concubinas en la sureña ciudad de Tainan, Taiwan.

El Templo de las Cinco Concubinas, conocido también como Templo de las Cinco Damas Nobles, se encuentra ubicado en el sector antiguo de la sureña ciudad de Tainan, en Taiwan. Es una templo sencillo construido frente a una enorme tumba donde descansan los restos mortales de cinco concubinas de Chu Shu-kuei, el príncipe que reclamó ser herededor de la Casa Imperial de los Ming, que había sido destruida por los manchúes en 1644. Su título imperial era Príncipe Ning-ching. Los manchúes derrocaron la dinastía Ming y establecieron su propio reinado, convirtiéndose en la dinastía Ching (Qing, 1644-1911).
Su esposa, la Dama Luo, había fallecido varios antes del desembarco de las tropas Ching, y las cinco concubinas acompañaron fielmente al Príncipe Ning-ching desde entonces. Estas concubinas eran la Dama Yuan, Dama Wang, Hsiu-ku, Hermana Mei y Hermana Ho. Se desconocen sus nombres completos.
En 1683, tropas del Imperio Ching, comandadas por el general Shih Lang, ocuparon las estratégicas Islas Pescadores (Penghu) y amasaron sus fuerzas para el asalto final contra Taiwan. Cheng Ke-shuang, nieto del gran héroe de la Casa de los Ming, Koxinga (Cheng Chen-kung), ordenó la rendición ante el enemigo al ver pérdida su causa. El Reino de Tungning, título con que Koxinga proclamó su bastión de resistencia contra el dominio de los manchúes, vio sellada su suerte.
Ante una suerte incierta y con certeza, deshonrosa, en manos de las tropas de los Ching, el último vástago del linaje real de los Ming optó por el suicidio. En el día 26 del sexto mes lunar (20 de julio) de 1683, el Príncipe Ning-ching reunió a sus concubinas y les dijo: “He vivido en el exterior desfavorecido y en lucha, esperando pasar posteriormente la eternidad con mis antepasados reales en el otro mundo. Ahora, todo está perdido y ha llegado el día de mi muerte. Ustedes son jóvenes y deben decidir qué hacer en adelante”.

Las Cinco Concubinas Imperiales ocupan el único altar en el templo.

Las cinco concubinas, que habían acompañado al Príncipe desde la muerte de la Princesa, Dama Luo, rompieron en llanto y le dijeron: “Como el Príncipe mantendrá su integridad, preferimos ofrendar voluntariamente nuestras vidas. Si sobrevive el Príncipe, todas sobreviviremos. Si el Príncipe muere, todas moriremos. Te pedimos primero que nos otorgue a cada una medida de tela de seda, para seguirte aún en la muerte”. Seguidamente, una tras otra se colgaron en las vigas del cielorraso de la sala central.
Con lágrimas en los ojos, ordenó a su más fiel eunuco que preparase cinco ataúdes finos y llevase en ellos los cuerpos inertes de sus amadas concubinas a un cerro llamado de Yema de Cassia, ubicado fuera de la Puerta Sur de la ciudad amurallada.
Allí, las cinco fueron enterradas en un montículo que sirvió de fosa común a las cinco damas que prefirieron morir que ser ultrajadas por el enemigo, para conservar en alto el honor de su amado. Con el fin de cuidar de ellas en su viaje al otro mundo, el eunuco tomó un potente veneno que llevaba consigo y se suicidó. Hoy, su cuerpo se encuentra enterrado a decenas de metros cuesta abajo del montículo de sus amas, con un templete que lleva una sencilla inscripción a su humilde entrada que dice: “Al eternamente fiel sirviente”.

El altar con las imágenes de las Cinco Concubinas dentro de la nave del templo.

En en víspera de su sacrificio y frente a lo inevitable de su situación, el Príncipe Ning-ching escribe en una de las paredes de su palacio: “Cuando los bandoleros tomaron Chingchow (Jingzhou) en 1642, me trasladé con mi familia hacia el sur. En 1644, me refugié en Fukien (Fujian). Por el bien de mantener la cabellera de mi cabeza y preservar la integridad de mi humilde cuerpo, he estado vagando fuera por más de 40 años; ahora, tengo 66 años de edad. En estos momentos de adversidad, he de morir como un hombre completo. No puedo deshonrar a mis emperadores; no debe deshonrar a mis padres. Mi vida y mi labor han culminado, sin desgracia ni pena”.
Al día siguiente, se colocó sus traje de dragón y su corona, se puso un cinto de jade y llevó consigo el Sello Imperial. Escribió una carta que rubricó con el Sello Imperial y la envió a Cheng Ke-hsuang, lamentando su separación.
Finalmente, hizo se postró e hizo reverencias al Cielo, a la Tierra y a sus antepasados. Las personas que estaban presentes presentaron sus respetos al Príncipe Ning-ching, y éste les devolvió la cortesía con un saludo reverencial. Tomó una piedra de entintar y escribió en su reverso su poema de muerte: “Tomé refugio en el exterior para huir de la calamidad, todo por el bien de unas hebras de cabello. Ahora, todo está terminado; ya no seguiré más en el exilio”. Terminado de escribir ésto, entró a su aposento, lanzó un largo trozo de seda sobre la viga de madera debajo del techo, formó un nudo y se lo colocó al cuello. Subido en una asiento, botó éste de un puntapié, quedando colgado de la viga y expirando segundos después.
Dos eunucos que le atendían en esos momentos, también siguieron su ejemplo y se ahorcaron a su lado. Al morir, el Príncipe tenía 65 años de edad. Cuando el pueblo supo de la noticia, corrió al palacio y colocó respetuosamente su cuerpo inerte en un ataúd, que llevaron hasta el actual pueblo de Hunei, donde lo sepultaron junto con su esposa, la Dama Luo. Para evitar el saqueo y pillaje por parte de las tropas Ching, los aldeanos eirigieron más de 100 tumbas señuelos, muchas con un lujo y detalle tal que confundían a los bandidos que deseaban dar con el cadáver del Príncipe para hostigarlo postúmamente.

Pequeño templete con la tumba del eunuco fiel que se suicidó tras enterrar a sus patronas. A un costado del templo, éste vigila y custodia a sus amas para la eternidad.

En 1937, se descubrió la tumba real en Hunei; pero su contenido cayó en manos de los japoneses. Cuando Taiwan fue retornada a la soberanía china, el Gobierno Nacionalista instalado en la isla ordenó el desmantelamiento de las tumbas ficticias y se reconstruyó la tumba real. En 1988, fue designada como sitio histórico nacional de tercera categoría.
Los anales históricos describen a Chu Shu-kuei o Príncipe Ning-ching como una persona de porte aristocrático, con un hermoso bigote y de voz fuerte. Era un calígrafo sobresaliente y solía cargar siempre con una pesada espada. Era hombre de mucha acción y pocas palabras. Como militar, era aguerrido pero no arrogante, siendo muy querido tanto por sus generales como por la tropa. Antes de su muerte, quemó todos los contratos que habían firmado los campesinos arrendatarios y emitió su último decreto, ordenando que todas las vastas extensiones de tierra en el actual pueblo de Luchu, fuesen entregadas a los campesinos que las arrendaban para cultivar. En recuerdo imperecedero de su magnificencia, los pobladores erigieron un templo en su honor, que está en pie hasta nuestros días y donde una de sus paredes tiene inscrito el poema de muerte del Príncipe.

Montículo detrás de la estructura del templo, donde están enterradas las Cinco Concubinas.

A pesar de la enorme distancia entre la tumba del Príncipe y la Princesa, de aquélla de sus cinco concubinas, sus almas han de haberse juntado en el más allá. En nuestro mundo actual, la Tumba de las Cinco Concubinas ha sido declarado monumento nacional de primera categoría y su humilde estructura encierra una trágica historia, llena de pasión, lealtad y piedad filial.
Dentro del templo, encontramos un sencillo altar donde se encuentran cinco pequeñas imágenes de las cinco concubinas que prefirieron la muerte antes de deshonrar a su hombre. Cinco ejemplares damas que ofrendaron sus vidas para no satisfacer la lujuría de los usurpadores del trono legítimo de la Casa de los Ming. Con su ejemplar comportamiento, nos imparten permanentemente una lección de lo que realmente es el amor puro e incondicional.
Allí, las cinco damas nobles reciben diariamente ofrendas de flores, frutas e incienso de los fieles. De cuando en cuando, alguna señora mayor llega con una pequeña bandeja donde le ofrece a ellas esas cosas que tanto halagan a las mujeres: perfumes, peines, collares, artículos de tocador, espejos de mano, etc. Para los mortales, objetos de la vanidad; para las nobles damas del altar, una muestra del afecto y cariño que tienen sus súbditos del mundo moderno.

Etiquetas: , , , , , , ,


This page is powered by Blogger. Isn't yours?